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Aunque todos queremos vivir más años, una vida más larga plantea serios retos, especialmente para las familias. Los abuelos son recursos increíbles y, con la planificación adecuada, sus largas vidas pueden convertirse en una fuente de enriquecimiento y equilibrio para toda la familia, en lugar de en una fuente de preocupación. Te explicamos cómo hacer que los años dorados lo sean realmente para todos, tanto en España como en Europa.

Hay un momento en la vida en que el tiempo parece acelerar y, paradójicamente, a la vez, aminorar la marcha: los niños crecen, te jubilas y, de repente, tu antes ajetreada vida cotidiana necesita llenarse de pequeños rituales que te mantengan ocupado. Y hoy en día, gracias también a los avances de la medicina y la tecnología, puede que te queden muchos más años que llenar de aficiones, proyectos y actividades que te mantengan activo y jovial. En efecto, cada vez más personas viven más años, más allá de los 80, y no siempre han previsto las consecuencias económicas y sociales de esa longevidad. Según el Eurostat (2023), en 2050 la población mayor de 80 años en Europa se duplicará, pasando del 6 % al 12 %. No se trata solo de una estadística demográfica, sino de una transformación social que afecta a las familias, los sistemas sanitarios y los modelos de bienestar. En otras palabras, la longevidad trae consigo un nuevo reto: no solo vivir más, sino vivir bien. Y, por encima de todo, poder hacerlo de un modo que favorezca la independencia, la alegría y la libertad de seguir llevando a cabo todo lo que te gusta, al tiempo que facilita la vida de las familias.

España ofrece uno de los ejemplos más claros de cómo la longevidad está remodelando tanto las familias como los sistemas de bienestar. En 2024, el 20,4 % de la población tenía 65 años o más, porcentaje que se prevé que aumente hasta el 30,5 % en 2055, duplicándose también con creces el grupo de más de 80 años (INE, Proyecciones de población 2024–2074). Este cambio demográfico ya es visible en la demanda de cuidados: en el sistema nacional de dependencia (SAAD), en agosto de 2025 estaban registrados formalmente 94.211 cuidadores no profesionales, el 87,5 % de ellos mujeres, lo que muestra cómo las familias soportan la mayor parte de la carga (IMSERSO, Estadísticas mensuales del SAAD). Se prevé que el gasto público español vinculado al envejecimiento –pensiones, sanidad y ayudas a largo plazo– pase del 20,3 % del PIB en 2022 al 25,5 % en 2050 (CaixaBank Research, 2023). Estas cifras ponen de manifiesto que, en España, la planificación de la longevidad no puede dejarse únicamente en manos de los hogares, sino que debe integrar la resiliencia familiar con estrategias institucionales y financieras para garantizar la independencia y la dignidad en la vejez.

De «mi testamento» a «mis planes para la vejez»

Cuando los seres queridos mayores nos dejan atrás, a menudo dejan también una herencia. Tradicionalmente, cuando hablamos de herencia, pensamos en bienes materiales: una casa, ahorros, inversiones acumuladas a lo largo de una vida. Pero hoy la herencia no es tan solo lo que viene después, sino también lo que viene durante. En otras palabras, se trata de planificar la vejez, una época que puede estar llena de opciones, proyectos y actividades. Esto incluye la elección de pólizas de cuidados de larga duración, herramientas de protección de ingresos y decisiones anticipadas sobre tratamientos y cuidados. En Europa, más del 40 % de las familias ya dicen no sentirse preparadas para asumir los costes de los cuidados de larga duración (Comisión Europea, 2021 – Informe sobre el impacto del cambio demográfico). La planificación es una forma de abordar estas preocupaciones.

Pero la planificación no solo tiene que ver con la seguridad económica, sino también con la calidad de vida. Los estudios ponen de relieve que la próxima frontera es pasar de la mera prolongación de la vida a la mejora de la esperanza de vida, es decir, la duración de los años vividos con buena salud. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, Informe mundial sobre el envejecimiento y la salud, 2015), una persona que cumple 80 años en Europa puede esperar vivir una media de nueve años más, pero solo 5-6 en condiciones de plena autonomía. Esto significa que -a menos que actuemos primero con estrategias de prevención y estilos de vida específicos- los últimos años corren el riesgo de perder cierta autonomía. Sin embargo, con las decisiones adecuadas, esos años pueden seguir siendo una época de independencia, actividad, curiosidad y conexiones significativas.

Cuidados y trabajo: una elección equilibrada

A medida que las personas viven más, también pueden necesitar más ayuda. De ahí la importancia de los cuidadores: familiares o profesionales que apoyan a diario a las personas mayores. En Europa, alrededor del 80 % de los cuidados de larga duración siguen siendo prestados por familiares no remunerados, a menudo hijos o cónyuges (OCDE, 2020 – ¿Quién cuida? Atraer y retener a los cuidadores de personas mayores). Una elección que requiere energía y dedicación, y que pone de relieve la importancia de planificar no solo para uno mismo, sino también para quienes puedan tener que ayudar, de modo que el cuidado pueda convertirse en una experiencia equilibrada y compartida, no en un sacrificio. Para ayudar a garantizar este equilibrio, la prestación de cuidados -junto con los recursos y herramientas necesarios- debe planificarse desde el principio, para favorecer tanto la independencia de los mayores como la serenidad de las familias. Esto significa también tener en cuenta el papel de las mujeres. El Instituto Europeo de la Igualdad de Género (2022) calcula que más del 60 % de los cuidadores familiares son mujeres, que se ven obligadas a apartarse de su carrera profesional y renunciar a su independencia económica. Visto así, la planificación de la longevidad se convierte también en un acto de equidad intergeneracional.

Vida 2.0: aprovecha al máximo tus años dorados

Invertir en prevención significa aumentar la resiliencia. Las investigaciones de Health at a Glance Europe 2022 de la OCDE muestran que alrededor del 30 % de las enfermedades crónicas que afectan a los mayores de 65 años podrían retrasarse o mitigarse con estilos de vida más saludables, programas de detección y atención personalizada. En este sentido, planificar no solo significa elegir instrumentos financieros, sino también adoptar vías de prevención que permitan vivir más y mejor. La tecnología y la innovación están ampliando las posibilidades: las plataformas de telemedicina, los chequeos digitales y las herramientas de monitorización a domicilio permiten ahora prevenir o gestionar muchas fragilidades sin perder autonomía. Pero la tecnología por sí sola no basta: debe ir acompañada de opciones culturales y familiares que fomenten un diálogo abierto sobre temas que antes se consideraban tabú.

Compartir el don de la longevidad

En este escenario, el legado más preciado que una generación puede transmitir a la siguiente no es solo material. Es la capacidad de evitar dejar problemas sin resolver, de evitar transferir el peso emocional y económico de decisiones fallidas a hijos y nietos. La longevidad planificada se convierte así en un acto de responsabilidad, que transforma el tiempo ganado por la ciencia y el progreso en un capital de valor colectivo. El reto es tanto cultural como individual: aprender a considerar la planificación de la longevidad no como un límite, sino como una inversión positiva en independencia, bienestar y futuro. Se trata de emprender un camino que te permita vivir tus años dorados con tranquilidad y dejar a tus seres queridos no solo un patrimonio, sino sobre todo libertad y estabilidad.

Porque, en última instancia, lo que importa no es solo vivir más, sino vivir de tal manera que la propia presencia siga siendo una luz, una fuente de inspiración, independencia y alegría. Una longevidad luminosa que se convierte en un regalo compartido y en un recuerdo de responsabilidad.

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